15 de noviembre de 2006

claro que te quiero

Fotografía de Glav

Hoy me he levantado de muy buen humor; no me duele nada, el café no se ha atrevido a hervir, las tostadas han saltado en el momento justo y en la calle luce un sol de los que invitan a comerse el mundo.
Hoy voy a verla.
Hace casi un año que discutimos por última vez; más de trescientos días sin decirle que la quiero, sin escuchar sus reproches, sus críticas a media voz y sin sentir en la nuca esa mirada que me erizaba el pelo del cogote. Hoy por fin me atrevo a plantarme frente a ella sin que las lágrimas arruinen la frase que he estado semanas preparando: ¿qué tal estás?
El trayecto emocional de estos últimos meses se ha parecido bastante a una montaña rusa, pero sin arneses ni barandillas a las que agarrarse. Al principio todo era una cuesta abajo a la que no se veía el final, una caída en picado por la ladera de un barranco infinito. Después empezaron a aparecer pequeños repechos que aliviaban temporalmente la brusquedad del descenso, pero no eran más que breves descansos en un largo periodo de fatiga física y mental. Con el paso de los meses, esas etapas de recuperación se fueron prolongando y de vez en cuando se solapaban, dando lugar a los primeros momentos de paz interior después de una etapa tan tormentosa.
Hoy ya se ha invertido el sentido de la marcha y la vía pica hacia arriba de forma suave y continua, en un ascenso leve que me hace despertarme cada día con ganas de vivir y de decirle al mundo que ya estoy bien, que vuelvo a tener las riendas de mi vida, que ya no me atormenta su ausencia.
Hemos quedado a comer en un restaurante nuevo que han abierto cerca de su apartamento. Es una de esas concesiones que se pueden hacer a estas alturas, cuando la seguridad en uno mismo te permite acercarte hasta la que fue tu casa, sin que los recuerdos te hagan dar un rodeo kilométrico para evitar sensaciones, olores y visiones que, hace unos meses, me habrían sumido en una tristeza tan honda como sin sentido.
Espero que los nervios me permitan expresarme con claridad, contar lo que siento y cómo lo siento, sin dejarme llevar por la emoción de volver a verla, de sentir su presencia y quizá, por qué no, su olor o su tacto.
Aquella última discusión, en la que negó tantas veces que yo la quería, en la que logró sacarme de quicio con sus juegos dialécticos y su no querer entender, o querer no entender, o ni querer ni entender, fue la última vez que la tuve a mi lado, aunque en realidad estábamos ya a miles de kilómetros de distancia.
Ahora, por fin, puedo enfrentarme a su presencia y salir airoso del envite, tranquilo y sereno, vivo. Pero si me interroga, si por casualidad se le ocurre sacar de su chistera esa duda que nos separó, esa pregunta que me persigue cada noche, no voy a poder mentirle: sí, claro que te sigo queriendo, como el primer día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé qué ha opinado Jesús (ando tan perdida de donde tú y yo sabemos...), pero a mí me ha encantado tu relato. O Jesús es mucho Jesús, o Yisus es mucho Yisus. Me parece que ambas cosas.

Besos orgiásticos.