14 de enero de 2007

confesiones

Fotografía de Mark Velasquez

Me gustan sobremanera las croquetas caseras de mi amigo Pablo, con una cobertura rígida y tostada, rellenas con la mezcla casi líquida, en la que nadan porciones minúsculas de pollo salteadas con taquitos de jamón ibérico. Casi tanto como las croquetas me gustan las mujeres; si puedo elegir, las prefiero altas, delgadas, de piel morena, pelo largo, pecho generoso y tobillos de cristal; si no puedo elegir, todas me gustan, siempre que me hagan reír. Me gustan las salas de cine vacías, oscuras y silenciosas, con olor a moqueta limpia y butacas que me abracen sin crujir, en las que sólo se escuche la película, y que me permitan convertirme en testigo directo de la trama, como si estuviera al otro lado de la tela blanca impoluta. Me gustan los perdedores de novela que acaban enamorando a la chica, que fracasan cada día pero te atrapan con una mezcla de ternura y lástima, hasta el punto de sentir una terrible envidia, de querer convertirme en su alter ego y enamorarme de su chica y sus frustraciones. Me gusta madrugar en verano y llegar a la playa antes de que salga el sol, pasear durante kilómetros con el agua acariciándome los pies, esquivando conchas y persiguiendo despacio a grupos de confiados correlimos, a los que nunca llego a alcanzar, para terminar bañándome desnudo en un agua fría y cálida a la vez. Me gusta navegar a vela, el olor salado de la espuma en alta mar y los horizontes planos de trescientos sesenta grados. Me gusta el sonido del silencio que acompaña a las nevadas copiosas, contar los segundos que transcurren entre un rayo y un trueno, la niebla que se pega a la ladera de Somosierra y asciende deslizándose montaña arriba. Me gustaba cómo giraba la cabeza Curro, mi cocker, cuando era cachorro, con los ojos muy abiertos y una expresión de sorpresa y alegría a partes iguales. Me gusta el olor a napolitana recién hecha que se escapa por las puertas de La Mallorquina e inunda la boca de metro de Sol. Me encanta que me beses en el cuello por sorpresa, en público y sin venir a cuento.

Me gustas tú.

No me gustan los pantalones de tergal que me obligaban a llevar de pequeño, los abrigos fabricados con pieles de animales, los coches tuneados, los muebles de metacrilato. No me gusta nada el tacto de los manteles de papel, la cerveza servida en vaso de tubo, los gintonics sin limón ni los cubiertos de plástico. No me gustan los libros huecos que se compran por colores para decorar estanterías. No me gusta el olor a miedo que rezuman las salas de urgencias, ni las comisarías. No me gusta el color verde de las batas de cirujano, el olor a sudor de los vagones de la línea cinco; me repugna que apaguen las colillas sobre el plato de la comida. Las mentiras piadosas siempre me han dado rabia, porque son, al fin y al cabo, mentiras. Odio las mentiras; no soporto, ni soportaré nunca, que me mientas, que te excuses para no hacer el amor, que gimas a media voz, que no gimas.

No me gusta estar sin ti.

13 de enero de 2007

Mitos y parejas

Fotografía de JadeButterfly

Según cuenta Aristófanes en El Banquete de Platón (y recuerda Murakami en Kafka en la orilla), antes existían tres géneros de humanos: los hombres, las mujeres y los andróginos —mitad hombre mitad mujer. Los dioses, capitaneados por Júpiter, ante el temor de que la fuerza de estos humanos —de cuatro piernas, cuatro brazos, doble cabeza y dos aparatos reproductores— les permitiera escalar hasta el cielo y combatir por conquistarlo, determinaron que la mejor forma de evitarlo era partirlos en dos; desde entonces, cada uno de los mortales buscamos con ahínco la mitad que nos falta, intentamos durante toda nuestra vida la unión perfecta, la que encaja hasta el milímetro con nosotros y forma, de nuevo, ese ser mitológico de fuerza y habilidad sobrehumanas.

Ahora, lo llaman pareja.