6 de agosto de 2006

hoy me desperté...

Fotografía de Isa Costa

Hoy me desperté y ya no estabas.
No recuerdo haber oído cuándo te levantaste, aunque debió de ser muy temprano, porque tu lado de la cama está helado.
Parece imposible, en pleno mes de agosto, pero el frío de tu ausencia ha dejado sobre las sábanas una fina capa de escarcha.
Me levanto y en el baño tampoco te encuentro.
Imagino que te duchaste hace horas, porque no logro encontrar una huella de tu paso en la bañera, ni una sola gota de agua ha querido esperarme.
Me sorprende ver que tu cepillo está seco, exactamente en la misma posición que ocupaba anoche, sin que tus dientes hayan dejado en él un solo resto de vida.
Tus cremas, tu perfume, tu recuerdo, permanecen inertes en la repisa del lavabo.
Mientras sale el café me sorprende no ver el plato en el que has desayunado, con sus restos de aceite y migas de pan.
La tostadora está fría y no encuentro ese olor tan familiar que impregna la casa cuando, como cada día, inevitablemente, dejas que se te quemen las tostadas.
Me ducho echándote de menos, con el teléfono sobre el lavabo, no sea que me llames y no tenga tiempo de descolgarlo.
Buenos días...Qué tal has dormido......sí, yo también te quiero.
En el armario me topo de bruces con esa falda de flores que tanto me gusta, que tan bien te sienta, que me sumerge una y otra vez en el hueco de tu vientre, del que quisiera no salir nunca.
Hace tiempo que no te la pones, porque siempre la encuentro en el la misma percha, junto al resto de tu ropa que también permanece intacta, conservando ese orden casi obsesivo con el que adoctrinas a todo lo que te rodea.
Cuando me dirijo hacia la puerta a enfrentarme con otro día gris, encuentro sobre el aparador una nota, pequeña, doblada y casi familiar.
Asustado, la abro torpemente mientras el temblor de mis manos va alcanzando el grado nueve en esa escala que jamás supe pronunciar.
Es tu letra, sin duda. Esa caligrafía que adoro y temo a partes iguales.
Con la vista casi empañada, leo atropelladamente las pocas líneas que manchan el papel, un papel amarillento como si el tiempo le hubiera otorgado la solemnidad de los incunables.
Mi respiración se detiene y mi corazón late al borde del colapso, intentando alterar el curso de los acontecimientos, el inevitable final de una confesión inconfesable.
Ya casi han pasado cuatro años y aún no logro acostumbrarme.
Mañana romperé esa nota.

Ahora llego tarde.

2 de agosto de 2006

escala de grises


Hoy casi ha amanecido.

Durante unos minutos,
El sol ha mantenido una lucha titánica con mi oscuridad.
He llegado a sentir cómo la luz se colaba,
A regañadientes,
Entre las negras paredes que abrazan mi cueva.
Mi caverna.
Mi oscuro rincón secreto,
Mi exilio monocromo.

Mis pupilas, dilatadas por la prolongada exposición a la nada,
Han intentado inútilmente contraerse,
Engañar a la noche con una falsa madrugada,
Con un fuego estéril,
Imposible de encender con fósforos empapados en llanto.

No logro ubicar el verde en el abanico de los colores,
No recuerdo si el ámbar o el violeta eran verdaderos
O sólo producto de una imaginación incolora,
Si el rosa de tus mejillas existió alguna vez
Fuera de mi paleta de enamorado.

No hay colores en el hueco de mi vida.

Sin ti, sólo soy escala de grises.