la rebelión
Le despertó un olor agrio a goma quemada; abrió la ventana, Madrid ardía por completo. Se vistió lo más deprisa que pudo y se colocó la máscara. Por fin iba a sacarle partido a ese armatoste que su hija se empeñó en regalarle. Ahora no tenía más que seguir las instrucciones que la radio y la televisión repetían incansables desde hacía días. Sacó su vieja escopeta del armario, llenó los bolsillos de la chaqueta con todos los cartuchos que tenía y salió a la calle. Sabía dónde debía dispararles y lo hacía con decisión. Por muy inteligentes que se hubieran vuelto, esos malditos coches autónomos no se iban a adueñar de su ciudad. Al menos mientras a él le quedara munición.
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