19 de febrero de 2007

vuelo rasante

fotografía de Gìpics

Amanece en Madrid y una vez más llego tarde. Paso deprisa junto a la puerta de Alcalá y enfilo agachado hacia Velázquez, esquivando taxis y maldiciendo la pista de patinaje sobre la que me desplazo. El camión que limpia las calles ha pasado antes que yo. Detrás de una furgoneta mal aparcada, en plena curva de izquierdas, aparece una sombra que no voy a poder esquivar.
La visera del casco se convierte al instante en una pantalla panorámica en la que me sumerjo de golpe. En un salto vertiginoso sobrevuelo las azoteas de la ciudad, esquivando antenas y chimeneas, rozando las copas de los árboles hasta terminar, desnudo y aterrado, en el ascensor de la Clínica San Camilo. He imaginado esta escena miles de veces, y ahora la veo sin sorpresa: una pareja asustada, un niño con demasiadas ganas por nacer y un improvisado paritorio, del que salgo caminando sobre unas botas ortopédicas negras. Tengo ya cinco años.
La vespa se aplasta despacio contra la puerta izquierda del descapotable, mientras yo cabalgo, a toda velocidad, pilotando un triciclo de tubos cromados, asiento de fieltro a cuadros y enormes ruedas rojas, tan deprisa que me cuelo en un patio manchego, repleto de macetas con geranios rojos, blancos y rosas. Tengo aún dos vueltas antes de devolvérselo a mi hermano, que espera impaciente su turno sobre las rodillas de mamá.
El semáforo sigue naranja y mi cabeza se pasea despacio sobre el asiento trasero del volvo, en el que descansa una chaqueta rosa con bolsillos rematados en blanco, probablemente de Chanel. Don José me golpea la punta de los dedos con la regla de madera, una y otra vez, hasta que la primera gota de sangre se asoma entre el polvo blanco de la tiza. En la pizarra hay una frase escrita cien veces. Por la ventana abierta al patio se cuela de golpe un ruido monótono de botas y fusiles. Distingo por encima de todas la voz del sargento Peláez gritando mi nombre, acompañado de una blasfemia y una invitación al calabozo.
Un retrovisor pasa a mi lado tan despacio que puedo ver mi casco reflejado en el espejo, incluso mis ojos, abiertos de par en par, se plantan en mitad de la escena. Me asomo hasta el fondo de las pupilas y te veo en ellas, saliendo de la facultad, con la carpeta apretada contra el pecho camino del colegio mayor. Estás preciosa.
En la acera, delante del paso de peatones, una mujer mayor cae de espaldas con cara de terror, tan despacio que tengo tiempo para determinar sin problema el lugar exacto en el que aterrizará. Las gemelas ya han cumplido tres años y, aunque no entienden muy bien qué es un funeral, saben que su abuelo ya no está entre nosotros y lloran en silencio tumbadas sobre nuestra cama.
El suelo se acerca a mi cara despacio, mientras el pie derecho golpea la base de una farola. Un tapacubos brillante me devuelve la imagen distorsionada de una cala pequeña, escondida entre un mar de pinos que se asoman insolentes al Mediterráneo, a un lienzo añil en el que te meces, desnuda, sobre la cubierta del Blue Revenge. Ahora todo el velamen está desplegado y ceñimos, tú al timón, hasta fondear en el jardín trasero de casa, junto a la piscina, donde las chicas celebran entre amigos su mayoría de edad.
La tercera voltereta termina en el contenedor de basura, junto a la rueda trasera de un autocar de japoneses. Tú agitas el brazo desde la puerta y me lanzas un beso, como cada mañana, que se queda pegado en la pantalla del casco y que aún puedo ver, pese a la sangre y los arañazos, justo delante de mi nariz.
El tiempo ha recobrado, de golpe, su velocidad habitual. Todo el mundo corre, grita y se amontona a mi alrededor mientras comienzo un rápido reconocimiento de órganos y extremidades. No puedo verlo dentro de la bota, pero juraría que me he roto el pie.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado descubrir, poco a poco, con un escalofrío, de qué trata el cuento. Me parece muy buena la forma que tienes de relatar dos tiempos de manera simultánea. Estoy impresionada. Y creo que, por lo que parece , aún me vas a seguir impresionando. Muy evocador el nombre del barco. besos

Anónimo dijo...

Eres magnífico, Jesús. Me encanta lo que dices y cómo lo dices. Me encantan tus palabras y tus ideas. Déjalo todo y escribe. Sólo escribe. Por favor...

Un beso

Yisus dijo...

Gracias por las alabanzas, Vera (¿te conozco?) pero me temo que para llenar la olla de garbanzos debo seguir trabajando, al menos una temporada. Te agradezco de veras tus comentarios y el tiempo que has dedicado a mi blog. Espero recuperar pronto el aliento necesario para seguir escribiendo.
Besos agradecidos.

Anónimo dijo...

Magnífica recreación del "vi pasar la vida ante mis ojos"... E insuperables los tiempos.